Amerika

Furthest Right

Dado por hecho

Poco característico en mí, estaba viendo “60 Minutes” anoche y tuve que observar la actividad cerebral básica de mis conciudadanos. Digo actividad básica porque su pensamiento estaba enfocado para replicar eventos existentes con alguna comparación con resultados previos, pero no mucho. El alcance de su pensamiento nunca rebasó esa repetición. Esto me recuerda a gente ebria tratando veinte veces de insertar una llave en su puerta antes de que el ocupante detrás de la puerta pacientemente les recordara que se encontraban en la casa equivocada.

El tema era la política, uno que disfrutaría si este no fuera tan repetitivo. Hasta cierto punto, una vez hecha la investigación, pensado acerca del tema y llegado a soluciones, no hay mucho acerca de qué debatir o hablar. Aun así, esta gente se va en cháchara como si el descubrimiento de que un feto pueda ser capaz de pedorrearse a los 3 meses místicamente desacredite el aborto, o que si los científicos piensen que somos un 99.6% similares genéticamente a los chimpancés en lugar de un 99.3% de alguna manera nos hace a todos iguales.

Y así la cháchara sigue acerca de la elección presidencial, pero raramente se puede ver un accionar profundo del cerebro (no es sabio hacer eso en público, ya que revela qué tan listo eres, teniendo que de hecho pensar de esa manera) y así las respuestas son como las cartas en una partida de poker: recombinaciones de lo que se espera, vislumbrándose algún patrón u otro en que se basen nuestras esperanzas de ganar. En una oportunidad, deambulé fuera por un descanso extendido y me contenté con el solitario silencio que, al menos, no era inocentemente engañoso.

Mi perspectiva en este punto de mi vida es que la mayor parte de las personas están malenfocadas y porque sus cerebros se encuentran abrumados con la inmensa cantidad de información y emoción que la vida moderna genera, es muy poco probable que piensen fuera de esa falta de foco. Son capaces de mirar diez hojas de papel en un escritorio y de seleccionar entre ellas la solucion correcta, sea esta la implementación de algún software o la compra de un auto nuevo, pero más allá de eso tienden a deslizarse hacia dentro de sí mismos, a un lugar de estabilidad. Este lugar está aislado en repetición y usualmente consiste en maneras suficientes de reforzar su confianza en sí mismos de manera que puedan concluir bien el día. Constantemente asaltados por demandas y preguntas mas allá de su alcance, ellos vuelven hacia lo que conocen y no se las toman en serio, porque involucrarse con ellas a un nivel intelectual podría revelar limitaciones.

Por supuesto que hay excepciones, pero cuando uno vive en una época en que la popularidad es más importante que la exactitud intelectual, la política se convierte en una defensa necesaria. Por esta razón la gente inteligente rebusca en la verdad a través de ángulos oblicuos y la administración ordenada de los detalles, asegurando que su trabajo sea raramente interpretado en algo cercano al alcance que merece. Es difícil culparlos cuando uno ve lo que pasa a los profesores universitarios o líderes corporativos verdaderamente controversiales y la mentalidad de cacería de brujas destinada para aquellos que violan los sagrados tabús de la sociedad. Y la lista de ellos es larga e irrelevante a este artículo.

Cuando disidentes gritan que la sociedad se encamina en una mala vía, la suposición fundamental a la que se refieren es esta falta de habilidad para enfrentar la verdad. Vivimos en una época demente. Un nivel de “realidad” es la verdad públicamente aceptada, que sufre de dos faltas: (1) encontrar un consenso entre gente de inclinaciones variadas produce un compromiso del más bajo común denominador y (2) dada una elección sin consecuencias inmediatas, la mayoria de la gente escoge lo que les gustaría creer por sobre lo que temen es verdad.

El otro nivel de realidad, el mundo como fenómeno interconectado y funcional, nunca es vivido o entendido completamente ya que estamos insertos en él y somos parte de este y así sólo podemos conocer lo que percibimos. Pero cuando comparamos lo que percibimos con los resultados de pruebas que nosotros diseñamos para verificar la exactitud de nuestras creencias, la respuesta de la “realidad” o “universo” o “mundo” es consistente ¿Así que qué tan detalladamente necesitamos conocer lo que sabemos es lo correcto? Aún sabiendo poco, si trabajamos de manera ascendente basados en los principios verificables que descubrimos, podemos conocer lo suficiente como para predecir nuestro futuro. Ese conocimiento es lo que nosotros en el vernáculo llamamos “realidad” y, aunque no se trata de la realidad misma, si la información es lo suficientemente cercana, lo es para nosotros tan precisamente como se necesita.

Pero en una época donde la popularidad y, por extensión, las percepciones de consumidor y de votante democrático son más importantes que la exactitud, el valor de la verdad es cuestionable. Esto deja en cuestión nuestra valuación de la verdad y apunta a un hecho simple: la verdad no es importante hasta que se deje de dar la sobrevivencia por hecha y se de uno cuenta de que estadísticamente es más probable que nuestra especie fracase y muera a que sobreviva y alcance nuevas alturas. “¿Quién quiere la verdad?”, preguntó famosamente cierto filósofo, a su manera de decir que no podemos “probar” la verdad a gente que no está inclinada a ello, así que dejemos de desperdiciar nuestro esfuerzo y comencemos a aplicar lo que encontremos precioso, lo que para nosotros, nacidos en un universo matemático, corresponde a la unión de forma y función que nosotros llamamos “belleza”.

Vivimos en una época demente porque lo que la gente piensa que quiere es más “real”, en nuestras interacciones con otros, que la realidad. Nuestra actual disfunción se origina en esta actitud, que surge cuando un grupo numerosamente grande abruma a aquellos de gran inteligencia y, gracias a la base y a la infraestructura facilitada por aquellos de superior habilidad, es capaz de gobernarse a sí misma por algún tiempo antes de que la decadencia los alcance. Nosotros llamamos a esto “catervismo”, o egoismo, o incluso rebelión de masas, pero en su base la caterva o muchedumbre está compuesta de individuos que comparten esta misma ilusión: que lo que queremos es lo verdadero y mayor verdad que lo que es verdad. ¿El error de la humanidad vendrá de una simple falta de madurez, como si se tratara de un niño de seis años dividido en su elección entre brócoli y helado como cena? La naturaleza replica sus estructuras.

Lo que nos permite continuar es que damos nuestra sobrevivencia por hecha. Vemos esta vasta sociedad en rededor de nosotros, con sus máquinas y su ciencia y asumimos que no puede fallar. ¿Qué es lo que queda por hacer más que dividirse el botín y discutir incesamente sobre lo que cada uno se lleva mientras los pocos que no se preocupan por tales preocupaciones moralistas amasan grandes fortunas a costa nuestra?

No podemos dar nuestra sobrevivencia por hecha y estancarnos sin enfrentar los problemas que aparecerán cuando los eventos puestos en marcha por la culminacion de nuestra (falta de) acción. Esas cosas toman tiempo y en siglos pasados nuestros bisabuelos y más allá se contentaron con darle poca importancia a los problemas, sacándoselos de encima con el conocimiento de que quedaba mucho aún para que cayera el telón. Ahora no queda mucho. En el siglo pasado, a medida que la tecnología se expandió más allá de Europa al mundo, la población mundial se ha disparado al cielo con pocos quiebres de esto a la vista. Las apuestas suben debido a los daños ambientales creados por esta tecnología y las nuevas armas que permite. Nuestro problema, ambientalmente, no es acerca del lugar dónde ubicar a toda esta gente, sino el espacio y los recursos requeridos a los sistemas de soporte para que esta tenga un estándar de vida moderno. Y, por supuesto, los desechos que esto genera: paisajes de basura comprimida decayendo en la lenta abrasión del tiempo y, correspondientemente, infiltrando productos de desintegración en la tierra.

Es inútil quejarse sin una visión contraria en mente y lo que se puede formar como concepto, después de deliberarlo, puede llamarse una sociedad naturalista futurista: una civilización que reconoce a la tecnología como una herramienta y no como una meta; que puede diferenciar entre deseos y necesidades; que separa cuidadosamente los componentes de la realidad. Tal civilización inevitablemente encontraría oposicion en aquellos que no se pueden salvar a sí mismos ya que impone restricciones en su libertad social y económica, incluyendo su habilidad de comprar y desechar trastos tecnológicos. En lugar de estar basada en la idea del consecuencialismo, que sería como un hermano mayor del utilitarianismo que supone que las acciones que hacen felices a la mayor parte de la gente son las mejores para la sociedad en conjunto, esta sociedad estaría basada en el liderazgo. Al hacerlo, fusionaría la sabiduría del pasado con las habilidades dadas a nosotros por la tecnologia.

Imagine un pueblo pequeño en esta sociedad, que probablemente tendría más de estos pueblos y menos ciudades grandes. La meta de un trabajo es ser un miembro contribuyente a una comunidad e ir a la casa lo antes posible. Consecuentemente, la gente trabaja más duro más rápido y terminan frecuentemente en seis horas o en menos y vuelven a casa con sus familias o salen con sus amigos. El interior de sus casas es mayormente de madera, género y piedra. La tecnologia sería visible, un computador en una esquina y unos cuantos artefactos electrónicos, pero la regla general es que no hay mucho de eso. Aparatos como relojes o implementos de cocina están hechos de metal y vidrio y diseñados para durar toda una vida. No hay auto, pero si podría haber un carrito de golf. Los aires acondicionados, televisores, paquetes plásticos, pantallas digitales y cosas que suenan estarían extintas como el pájaro Dodo.

El futurismo naturalista es llamado así porque no renuncia a la tecnología ni nos regresa a chozas de barro. Simplemente busca un lugar adecuado para la tecnología y reconoce que esto sucede a través de la muerte de la realidad basada en la preferencia. Esto resucitaría el antiguo concepto Indo-Europeo de vir, o el ver, más que a los individuos, a una sola consciencia de la cual somos todos nosotros vectores y de esta forma un amor indudable por el todo sin dudar en nutrir o podar cuando un nivel mas alto de organización puede ofrecerse. Los futuristas naturalistas no arrasan con los bosques, sino que construyen selectivamente en ellos. No llenan ciegamente el mundo con iPods, carteles, autos chillones y televisores, sino que consideran la función de cada aparato y lo aplican, o lo niegan.

Nos dicen, estos sabios modernos con la responsibidad intelectual de tallos cerebrales, que la gente es más feliz debido a nuestra sociedad, pero tengo aun que ver alguna evidencia de ello. Uno se es más acomodado financieramente, seguro, y la vida es más fácil, pero encuestas rutinariamente dan una mayoría que optaría por un estilo de vida más simple y menos lucrativo si eso les dejara tiempo para la familia y otras actividades. La razón de que más no persigan esto es tan simple como la razón por la que todo esto no se puede discutir: lo que motiva a la gente normal a la riqueza es el miedo. El miedo a tener una casa envuelta por un ghetto. El miedo de no tener seguro de vida, de estar en la quiebra en medio de problemas legales, de no ser capaces de comprar a sus hijos el cuidado de lujo y las escuelas privadas requeridas para mantenerlos fuera de la ciénaga de la desesperación. El miedo de no tener dinero y de ser un anciano viviendo en el ghetto, rodeado de toxinas, sin dinero para tratamientos contra el cáncer o incluso para la eutanasia.

Aún así, cuando a la gente se le da espacio para hablar donde los tabús no son tan despiadados y animados por las cosas que ellos valoran en tal estado idealizado que los modernos funcionalistas categorizan como sueños (despiertos), las respuestas son similares, si la gente en cuestión es de inteligencia razonable. Ellos hablan de cosas románticas, idealistas y llenas de esperanza. El matrimonio está muerto, pero aún así todos sueñan con la pareja perfecta y con una vida felices por siempre. La fidelidad al amigo o a la nación está muerta, pero algo agita nuestra alma al pensar en una causa por la que sería digno morir. Hablamos de la muerte de la cultura y su obsolescencia en una época de mensajes instantáneos y 500 canales de televisón por cable, pero nuestros corazones se derriten cuando se habla de los rituales de nuestros abuelos, las tierras ancestrales, las cosas que valoramos… en una época donde la preferencia es rey y la desechabilidad la norma, la gente ansía por algo que los motive más que la conveniencia por sí sola. Cuando se nos pregunta firmemente si deseamos conveniencia o realidad, nos tropezamos, porque la pregunta es en sí como una máquina: entrada/salida. Dada una oportunidad para salirse de las vías, la gente nos da no sólo deseos sino también ansias del alma.

Ahora que el camino en el cual la humanidad se ha embarcado deja bien en claro su punto de llegada en ecocidio, asesinato de la cultura, decaimiento urbano, guerras mezquinas e insignificantes, ciudades ruidosas y cancerosas y vías solitarias, apartadas de otros que entiendan nuestros sueños, la gente esta reconsiderando esta opción de sociedad moderna. Tal vez hay una manera de retener los beneficios sin los males, ellos piensan, porque la sociedad moderna es más un “diseño” que una cosa tangible. Podemos motivarnos a nosotros mismos de otra forma. Es afortunado que hagan esto, en la última parada de una carrera que se aproxima a nuestra corrupción antes de que esta finalice, porque con la realización de lo que ansiamos en lugar de lo que queremos, tenemos el potencial para el cambio. Algún día la gente podra entender. La humanidad no está aún condenada. A pesar de todos los signos negativos y la presencia de, en su mayor parte, tallos cerebrales parlantes, veo un nuevo futuro desenvolviéndose: uno donde no damos la sobrevivencia por hecha y en su lugar luchamos por el dominio sobre nosotros mismos ante el mundo.

Our gratitude to “Trauco” for this translation.

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